domingo, 12 de febrero de 2012

El mundo amarillo.

Había un niño de cinco años que ingresó en el hospital con cáncer de tibia. A veces venía con nosotros a ver el sol. El sol era el lugar que habían habilitado al lado del aparcamiento; allí había una canasta de baloncesto y siempre daba el sol.

El chavalín a veces nos acompañaba. Pero él no se echaba a tomar el sol con el resto. Se quedaba de pie, con los ojos fijos en los coches que aparcaban, y con el tiempo dejamos de tomar el sol y le mirábamos a él. Era un espectáculo digno de ver. Era pasional, inteligente, observador; era un enigma para nosotros.

Creo que no miraba los coches; miraba movimientos, tiempos, giros, elegancia. Eso le volvía loco: las formas, la energía del giro, la dulzura de un buen aparcamiento.

Sabía que se lo pasaría bien mirando coches. Estuvimos casi las dos horas de sol mirando cómo aparcaban. Cuando volvíamos al hospital le pregunté "¿Por qué te gusta tanto mirar coches, Marc?" Me miró y contestó: "¿Por qué os gusta tanto mirar el sol?". Yo dije que no mirábamos el sol, sino que el sol era lo que nos proporcionaba... que nos bronceábamos... que era agradable... que... La verdad que no sabía por qué mirábamos el sol.

No juzgar; ésa fue la gran lección que aprendí ese día de aquel niño. Él miraba coches y yo miraba soles. Yo me quedaba muy quieto y él se volvía loco con lo que veía. Lo importante no es qué miras, sino qué te transmite mirar.

Ya no he vuelto a juzgar. Tan sólo gozar con las pasiones ajenas. Tengo amigos que miran sonidos de pájaros, paredes y hasta ondas de móviles.

ENCUENTRA LO QUE TE GUSTA MIRAR Y MÍRALO.

1 comentario:

Kirb. dijo...

que bonito, gordi.